Un nuevo libro reúne los dibujos de Josep Bartolí, un artista catalán que formó parte del medio millón de refugiados españoles por la Guerra Civil. El pintor terminó en México, donde conoció a Diego Rivera y se enamoró de Frida Kahlo.
Por Juan Miguel Baquero
Ciudad de México, 22 de junio (ElDiario).- Amó a Frida Kahlo con las manos que pintó el horror del fascismo. La vida de Josep Bartolí está encalada por los trazos gruesos del siglo XX. Y llena de pinceladas extraordinarias.
El artista catalán y republicano, uno más del medio millón de refugiados españoles por la Guerra Civil, ocultó su cuaderno de dibujo en la arena de un campo de concentración y ahora revive en la edición actualizada de un libro de referencia sobre el exilio en Francia: La retirada (Mono libre editorial).
En el campo de la muerte de Dachau, en Alemania, tuvo cerca el final de su propia historia, pero escapó. Josep Bartolí i Guiu (Barcelona, 1910- Nueva York, 1995) había luchado contra los golpistas de Francisco Franco en el frente de Aragón y cruzó la frontera el 14 de febrero de 1939. El singular periplo le llevaría, en plena Segunda Guerra Mundial, hasta México.
«Su lápiz era, en cierto modo, el fusil que le habían confiscado», resume Georges Bartolí, sobrino de Josep que aporta sus propios dibujos y fotografías a La Retirada, un relato de la periodista Laurence Garcia sobre el «éxodo y exilio de los republicanos españoles». «Tenía esa necesidad vital de mantener la lucha», subraya.
DOCUMENTO VIVO
Como decía el propio Josep Bartolí, sus obras «no pretenden ser un ensayo más, de literatura o de arte, sino un documento vivo, doloroso y brutal». Hoy 116 de sus dibujos originales están en el Archivo Histórico de Barcelona. «Su serie de dibujos de los gendarmes que vigilan los campos tiene una fuerza increíble, a medio camino entre la caricatura, la fotografía y el arte», advierte Georges.
El testimonio gráfico que Josep Bartolí escondió a sus captores ofrece el impacto de los retratos de prisioneros consumidos en los campos de concentración. Y la impresión de escenas aisladas, desde primeros planos a panorámicas. O la ventana que suponían los juegos construidos por los internos y los utensilios que salpican aquella realidad enjaulada.
«Fue en el campo de Barcarès donde empezó a dibujar bocetos en un pequeño cuaderno que escondía para no atraer la atención de sus carceleros y que permaneció enterrado en la arena cuando le ingresaron en el hospital”, cuenta Georges Bartolí. «Lo recuperó al salir”, añade, y «continuó su ‘obra de resistencia’ detrás del alambre de púas».
Josep Bartolí era un partidario convencido de la República. Tras el estallido golpista no dudó en defender la democracia hasta que, casi al final de la guerra de España, pasó a suelo francés en compañía de otros españoles y de miembros de las brigadas internacionales.
«En el flujo de vencidos que pasan la frontera, un combatiente, un dibujante, Josep Bartolí», describe Georges. Con un lápiz como «única arma de lucha para gritar en silencio el desprecio y la crueldad con que fueron recibidos en Francia. En el libro, Laurence Garcia retrata la vida de su familia y, con ella, la de los casi 500.000 españoles que en febrero de 1939 tuvieron que huir de su país para evitar las represalias franquistas, en lo que se conoce como La Retirada.
DEL CAMPO DE MUERTE A FRIDA
Bartolí acabó penando hasta por siete campos de concentración, como Lamanère, Argelès-sur-Mer, Saint-Cyprien, Rivesaltes y Barcarès. Esquivó el disciplinario de Gurs, de donde debía ser devuelto a España y, por tanto, enfrentarse a una muerte segura.
Pudo huir a París, donde trabajó para espectáculos del Folies-Bergère y del Moulin Rouge. Durante la Ocupación huyó de la capital francesa y fue capturado por la Gestapo en Vichy. Le enviaron al campo de la muerte de Dachau, en Alemania, pero consiguió escapar.
Gracias a una red de ayuda a refugiados judíos acabó embarcando en Marsella en el Lyautey y llegó a Casablanca, de donde partió hacia México, donde retomaría su actividad pictórica. A su llegada fue recibido por el entorno artístico de Diego Rivera y Frida Kahlo.
«Mi Bartolí… No sé cómo escribir cartas de amor. Pero quería decirte que mi entero ser está abierto a ti. Desde que me enamoré de ti todo se ha transformado y está lleno de belleza… El amor es como un aroma, como una corriente, como la lluvia. Sabes, mi cielo, que llueves en mí y yo, como la tierra, te recibo. Mara», escribía Kahlo en una de las cartas a su amante.
CRÓNICAS HISTÓRICAS
Bartolí colaboró en diversas publicaciones, como La Humanitat, L’Opinió o L’Esquella de la Torratxa con dibujos de temas políticos. En tierras aztecas publicó Campos de concentración, un testimonio desgarrado de su paso por los centros de reclusión con poemas del periodista Narcís Molins i Fàbrega, también exiliado y prisionero en los campos del norte de África.
A partir de 1946 se instaló en Nueva York, donde murió en 1995. En Estados Unidos hizo diversas exposiciones y en la capital neoyorquina colaboró como dibujante en la revista antifranquista Ibérica, que dirigía Victoria Kent. Y hasta 1977 no volvió a Barcelona.
Antes, su travesía por centros de refugiados tuvo una determinante última parada: «en Bram por primera vez obtuvo una libreta de dibujo que constituyó la base de su trabajo”, describe su sobrino, Georges Bartolí. Dibujante, pintor, ilustrador y escritor, además de exiliado del franquismo, Josep Bartolí había sido uno de los organizadores del Sindicato de Dibujantes de Cataluña, de la Unión General de los Trabajadores (UGT) y llegó a ser dirigente del sindicato en el año 36. Discípulo de Salvador Alarma Tastás, entre los años 33 y 34 presentó en Barcelona una exposición de dibujos.
«De haber permanecido postrado sin hacer nada o jugando a las cartas, se habría vuelto loco”, sostiene Georges Bartolí, fotorreportero que ha publicado en periódicos como L’Humanité, Liberation o Le Monde y colaborado con las agencias Rea, Gamma, AFP o Reuters. «Yo no descubrí sus dibujos de guerra hasta después de su muerte. Fue un gran impacto. Las escenas de batalla que dibujó en Aragón y las escenas de la vida urbana inspiradas en Cataluña son verdaderas crónicas históricas», relata.
Ahora revive en La Retirada, junto a la periodista y escritora Laurence Garcia, la historia de Bartolí. «Dibujantes como mi tío, artistas y maestros internados montaron clandestinamente toda una ‘prensa de arena’ con los pocos recursos disponibles», manifiesta.
Como escribieron aquellos refugiados en el Boletín del campo de Argelès: «Proseguimos con la labor de difusión de la cultura que comenzamos en España, cuando La Barraca y nuestras misiones campesinas llevaban la cultura a todos nuestros pueblos. Los franquistas son la anticultura. Ellos no son España. Nosotros somos España».